jueves, 30 de abril de 2020

Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlin



"La historia lo es todo"
            No suelo hablar de la vida de un escritor en mis reseñas porque la mayoría de las veces no es relevante para el texto, pero en esta ocasión es necesario hacerlo porque la vida y la obra de esta escritora se entrelazan sutilmente una veces y otras de forma obvia (en dos historias que yo recuerde ahora mismo la protagonista es una viuda con cuatro hijos a cargo).
            Lucía Berlin nació en Alaska. Su padre, ingeniero de minas, trasladó con él a toda su familia por yacimientos de Idaho, KentucKy y Montana (lugares que aparecen en sus relatos). Cuando el padre se fue a la guerra, ella, su hermana y su madre se trasladaron a El Paso (Texas) donde asistió a un colegio de monjas en el que ella era la única niña protestante (experiencia que cuenta en Estrellas y Medallas). A su vuelta se instalaron en Chile donde pasó a ser una niña americana de clase media a una señorita de clase alta, lo que se refleja también en sus historias. Comenzó a escribir después de pasar por la Universidad de Nuevo México y se casó tres veces, la última con el músico de jazz, Buddy Berlin. Se divorciaron en 1968 y las dos décadas siguientes las pasó en California haciendo diferentes trabajos para sobrevivir: profesora, recepcionista, ayudante de enfermería, limpiadora... Todas estas experiencias, además de su adicción al alcohol y posteriores desintoxicaciones quedan reflejadas también en sus relatos: La lavandería de Ángel, Su primera desintoxicación, Step, Strays...cuentan con una protagonista alcohólica. En Punto de vista estamos ante una recepcionista, en El Tim ante una profesora de español, en Mi jockey ante una ayudante de enfermería, en Manual para mujeres de la limpieza, con una limpiadora... También relata sus viajes a México para visitar a su hermana enferma de cáncer en la tristísima Espera un minuto. En 1994 consiguió una plaza en la Universidad de Colorado como profesora asociada. Allí pasó los últimos años de su vida hasta 2001 cuando volvió a California para estar cerca de sus hijos. Murió en 2004 de cáncer de pulmón.
            Uno de sus hijos dijo después de  su muerte algo así como que su madre escribió historias auténticas, no necesariamente autobiográficas, pero casi. Se trata de un tipo de narrativa que se llamaría posteriormente auto-ficción, la narración de la propia vida contada de una forma artística. El mismo hijo reconocía que los recuerdos de su familia estaban tan reformados, embellecidos y recreados que muchas veces no sabía lo que realmente ocurrió. La propia autora reconoció que exageraba, que mezclaba ficción y realidad, pero que no mentía. Desde luego inventaba cosas, pero también lo es que pensar que pudieron ocurrir les añade verosimilitud.
            Dejando a un lado el contenido de sus relatos, quiero centrarme ahora en el artificio, en esa fórmula tan personal que convirtió todo aquello en ficción. hay un finísimo hilo que separa a la narradora de la protagonista, pero existe, lo hay. Es la narradora la que usa hermosas metáforas como "Muñoz descansaba inconsciente, un diminuto dios azteca. Como su ropa era tan complicada (intenta desnudarlo) era como si estuviera llevando a cabo un elaborado ritual.... como en Mishima donde se usan tres páginas para quitarle el kimono a la mujer... Acaricié su hermosa espalda, que se estremecía y brillaba como la de un potro" cuenta en Mi hockey. Me maravilla su fino oído para capturar el habla popular; hay muchísimos ejemplos de ello pero digamos que en el relato que da título al libro se percibe más concentrado ya que aquí la protagonista usa diferentes autobuses que hacen parada en diferentes barrios donde las mujeres suben y bajan produciendo una variedad lingüística riquísima. Asombra también la atención que muestra a los detalles mínimos y cómo confrontándolos crea imágenes inolvidables. Su habilidad técnica queda reflejada en pequeñas frases que son joyas: "Las mujeres de la limpieza roban.... todo lo que yo robo son pastillas para dormir. las guardo para los días lluviosos" porque en una sola línea nos desvela el sentido profundo de la historia.  La voz narradora de Lucía Berlín es una voz compasiva y distante a la vez cuando muestra las debilidades del ser humano; no se alza crítica, no juzga, sólo muestra lo que ve con una economía del lenguaje que me hace recordar el estilo de R. Carver.
Disfrutad de estas historias, leedlas poco a poco, tendréis para vosotros solos durante mucho tiempo la azarosa vida y la destreza literaria de Lucía Berlin.


martes, 21 de abril de 2020

Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout



"Pero esta es mi historia. Esta. Y mi nombre es Lucy Barton"

            Elizabeth Strout es una escritora ya muy conocida para los lectores gracias a su novela Olive Kitteridge (Premio Pulitzer 2009) y más aún por la adaptación que de ella hizo HBO para la televisión (que también os recomiendo, con la siempre maravillosa Frances McDormand como protagonista)
            Sé que llego tarde para hacer la recensión de esta novela. Ha tenido que ocurrir un confinamiento en el más estricto sentido del término para obligarme a poner al día tantas lecturas retrasadas. Nietszche decía algo así como "un hombre leído hasta la ruina", pues algo así, pero en versión femenina.
            La novela de Elizabeth Strout gira en torno a la relación afectiva  entre la protagonista, cuyo nombre da título al libro, y su madre. Lucy está en el hospital aquejada de una enfermedad sin diagnosticar y su madre, a la que hace años que no ve, pasa cinco días con ella haciéndole compañía. En este pequeño marco,  donde aparecen en ocasiones su médico y las enfermeras que la atienden, Lucy indaga en su pasado desde su infancia en una pequeña granja de Illinois hasta el momento actual, casada y con dos hijas, convertida ya en la escritora que quería ser.
            El libro avanza entre las historias contadas por la madre y la de la propia Lucy. A través de ellas conocemos la solitaria infancia llena de privaciones, el hambre, el frío  y lo que era más duro aún el rechazo social que producía la pobreza en que vivían. El trastorno psicológico  que sufre el padre tras volver de la Segunda Guerra Mundial, la represión emocional  de la madre (es incapaz de decirle a su hija que la quiere) en su lucha por la supervivencia, la exclusión social.... Lucy intenta darle sentido a todos aquellos recuerdos, sin acritud, sin sentimentalismo, con un  distanciamiento protector que impide que la historia caiga en el drama. Más bien al contrario, asombra la lucidez y la neutralidad con la que narra la escasez económica, cultural y emocional en la que vivió durante tantos años.
"La soledad fue lo primero que saboreé en mi vida, y estuvo siempre allí, escondida en las hendiduras de mi boca recordándomelo"
            Los libros ahuyentaron esa soledad que la convertiría en escritora (recuerda cómo se quedaba leyendo después de la escuela para poder disfrutar del calor que hacía allí hasta que el conserje la echaba). De gran ayuda fue también los consejos que le brinda una escritora ficticia, Sarah Payne, a cuyas clases de escritura creativa asiste durante un tiempo inespecífico. "Be ruthless", le dice, es decir, sé inflexible, dedícate a ello sin concesiones y no te preocupes por la historia que estás contando "sólo tendrás una. Escribirás tu única historia de maneras diferentes". Lucy intenta contarnos su historia de diferentes maneras en efecto y lo hace desde una mirada bondadosa, a veces cándida, otras perspicaz, usando un lenguaje desnudo, sencillo, que alude directamente a lo representado para exponerlo sin tapujos, ajena a noción alguna de vergüenza,  rencor u odio.
            Al final, cuando su madre muere y su matrimonio se acaba, cuando sus hijas arremeten contra ella por haberse ido.... todo ello se refina y condensa en eso, su historia.
            Olive Kitteridge fue adaptada a la televisión y Lucy Barton ha sido llevada al teatro. Parece asombroso cómo los personajes creados por esta escritora reclaman para sí mismos nuevas versiones y adaptaciones. No lo será tanto si consideramos que uno de los más firmes elogios que se pueda hacer de la literatura sea la capacidad que tiene de permitirnos entrar en la vida de alguien para entendernos mejor a nosotros mismos.