miércoles, 18 de diciembre de 2019

La maldición de Hill House, de Shirley Jackson


 "El viaje termina cuando los amantes se encuentran" W.Shakespeare

Durante algún tiempo consideré que mi primer contacto con esta autora había sido a través de la magnífica Siempre hemos vivido en el castillo (pincha en Si estás pensando qué leer, deja que te aconseje, en este mismo blog), que la editorial Minúscula recuperó en 2012 para los lectores españoles. Sin embargo, yo ya había leído un cuento suyo, La lotería, unos años antes, en una recopilación de sus cuentos editada también por Minúscula. Tardé en conectar ambos datos y aún más en interesarme por esta mujer tan especial. Ha sido tras La maldición de Hill House cuando he empezado a indagar acerca de ella. ¿Quién fue esta mujer nacida en San Francisco en 1916 y muerta a los 49 de un ictus en 1965?
Después de una década publicando historias cortas en diferentes revistas, se hizo famosa a la edad de 31 años cuando The New Yorker Magazine le publicó La lotería, un cuento que tiene como protagonistas a los habitantes de una remota aldea que todos los veranos llevan a cabo un macabro ritual, y que se convirtió entonces en un acontecimiento literario.
Shirley Jackson siempre había mostrado interés por la brujería, los encantamientos y demás,  y al respecto dejó claro en una ocasión que “el que abre la puerta a los demonios, tiene que estar dispuesto a tratar con ellos”. ¿Demonios? En ninguna de sus historias o novelas aparecen demonios, ni siquiera brujas. Por supuesto no lo decía en un sentido literal. Los demonios en su literatura pueden ser personales y psicológicos como en La maldición de Hill House o psicológicos y sociales como en Siempre hemos vivido en el castillo.
Para intentar explicar qué sucede en la novela que nos ocupa, tengo primero que hablar de su psicología personal. Por supuesto aquí, todos aquellos partidarios de la crítica inmanente pondrán los ojos en blanco mirando al cielo, y los que crean conmigo (y con J, María Castellet que "el lector es un activo creador de la obra literaria", -La hora del lector, 1957-) y que por tanto el sentido de la obra está sujeto a la interpretación del lector, no podrá dejar de leerla a la luz de lo que sabemos acerca de esta singular mujer.

Shirley Jackson fue una mujer perseguida por sus demonios personales: una madre que la criticaba y juzgaba continuamente por su aspecto físico sobre todo (tomaba barbitúricos, fumaba muchísimo y se medicaba contra la depresión, llegó a estar obesa realmente), un marido abusivo que la maltrataba psicológicamente (y la embutía de comida como se hace con un ganso, según contó su representante), envidioso del éxito literario que no tenía él, una sociedad (la de los años 50, que describe tan bien Michael Cunnigham en Las horas o Sylvia Plath en La campana de cristal) que la forzaba a asumir un rol de madre y esposa subsumiendo su identidad en la de su marido.
Ella misma comentaba “escribía sobre neurosis y miedo, y creo que todos mis libros, unidos uno tras otro, serían un documento sobre la ansiedad”. La ansiedad, el miedo, la represión, la frustración personal y familiar… da lugar a la rabia, la depresión, la locura y el conflicto psíquico que anida en sus personajes.
En La maldición de Hill House, la protagonista, Eleonor, tras la muerte de una madre largamente enferma a cuyo cuidado dedicó los mejores años de sus vida, se une a Theodora, otra mujer que como ella tiene poderes paranormales, y a Luke, el sobrino de la dueña, para acudir tras la llamada del doctor Montague a Hill House y descubrir así el secreto que oculta la casa maldita. Aquí sucedieron extraños sucesos en el pasado, de los que los vecinos del pueblo no quieren hablar, la muerte en trágicas circunstancias de su heredera... Esta extraña casa es realmente con Eleonor, la protagonista de la historia. Los nuevos inquilinos son conscientes del poder de la casa: “prométame que si siente que la casa empieza a atraparla, se marchará tan rápido como pueda” le dice el doctor Montague a Leonor. Ella siente que la casa le habla, la entiende cuando los demás la rechazan, una vez más en su vida. Su identificación con la casa llega a ser fatal: “si me pusiera del lado de Hill House, y contra ustedes, me imagino que me echarían”. Eleonor, en su fragilidad, es motivo de preocupación para los demás, y los acontecimientos que la rodean están sujetos a interpretación (no, no voy a desvelar el misterio). Pero quizás unas palabras suyas sirvan para aclararlo: “Pero yo siempre tengo miedo a estar sola” dice Eleonor “yo soy el único yo que existe, detesto ver cómo me disuelvo y me escurro, y me disgrego”. Un terror que también comparte con Roderick, el protagonista de La caída de la casa Usher, de E.A. Poe, la destrucción de la mente simbolizada también en la destrucción de la casa.
Mientras que la mayoría de la crítica sí ha visto la relación con el terror psicológico de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, no muchos han visto aquí la conexión con la condenada casa de Usher. Tanto Eleanor como Roderick se ven perseguidos por su propio miedo, escenificando un desvarío progresivo que acaba con la desposesión de su propio ser, destruídos psíquicamente (y físicamente en el caso de Roderick) hasta alcanzar su propio acabamiento.

 La maldición de Hill House ha sido llevada al cine (La guarida, 1999, con Lili Taylor como Eleanor y Catherin Zeta-Jones como Theodora) y en 2018 a la TV con la exitosa serie de Netflix, mucho menos fiel aún al libro.


 Finalizo ya  mencionando la recopilación de sus cuentos que han llevado a cabo sus hijos y que Minúscula publicó bajo el título Deja que te cuente en 2016. Buenas historias, pero ya lejos del terror psicológico que la ha hecho ocupar un espacio propio en la historia de las literatura gótica norteamericana.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Amor, de Hanne Orstavik



"Muy muy lejos hay un lago, En el lago hay una isla, En la isla hay una iglesia, en la iglesia hay un pozo..."

            Amor es una novela estremecedora e inquietante, desoladora y terrorífica. He sentido miedo desde el principio, por Vibeke, por su hijo Jon, que está a punto de cumplir nueve años. Desde el principio percibimos que aún compartiendo la misma casa, aún teniendo una relación de sangre, apenas hay comunicación entre ellos: se miran, se observan, comentan lo imprescindible pero vemos que sus vidas se desenvuelven paralelamente durante las pocas horas que pasamos con ellos (desde media tarde hasta la madrugada). Solamente en la fe del niño en su madre (que se repite como un mantra bajo una idea fija, el pastel que ella le va a preparar para celebrar su cumpleaños al día siguiente) hayamos indicios del vínculo natural que debiera unirlos.
         Son ciento sesenta páginas (edición de Duomo) de una prosa sencilla y minimalista, pero que deja imágenes perturbadoras y recuerdos imborrables de una gélida noche de enero en algún pueblo minúsculo del norte de Noruega. Mientras nos cuenta las odiseas de Jon y Vibeke,  Hanne Orstavik enciende en el corazón de sus lectores una llama de amor hacia sus personajes, aislados, desvalidos en su soledad, impotentes para conectar, una llama que se hace cenizas ante el asombro, o tal vez la indignación; es fácil llegar al final y culparla, pero si lo hacemos es que hemos olvidado todo lo que Hanne nos ha contado de ella anteriormente. En cuanto al niño.... En una entrevista a la autora el periodista le pregunta qué es el amor y ella contesta que todavía no sabe en qué consiste, pero el amor incondicional del niño hacia su madre es sin duda lo más cercano a una respuesta que pueda darse.
         Después de hablaros de este pequeño pero inmenso libro, quiero contar a los que no la conozcáis que Anne Orstavik es una de las autoras más admiradas de la literatura noruega, ha recibido varios premios a lo largo de su carrera, entre los que destaca el Brageprisen, la distinción literaria más importante de su país. Traducida a más de veinte idiomas, Amor (1997) la encumbró como una de las mejores novelistas de la literatura noruega actual.
¡No dejéis de leerlo!

Homesick for Another World, de Ottessa Moshfegh


      "La chicas curiosas consiguen lo que se merecen."

            No pensaba reseñar este libro de historias cortas porque no se ha editado todavía sin embargo, y a la espera de que lo hagan pronto, me gustaría compartir con vosotros alguna de mis impresiones tras leerlo. Hay varios hilos comunes al conjunto de historias que conforman este libro, pero el que quiero resaltar en primer lugar es el recorrido geográfico que hace Ottessa Moshfegh de Este (El chico de la playa en Nueva York) a Oeste (Nunca ocurre nada aquí en Los Ángeles) de los Estados Unidos para situar sus historias en un paisaje físico que abarque al conjunto de la sociedad americana. La autora esboza lo que parece ser un retrato del carácter nacional: adolescentes, jóvenes y adultos, mujeres y hombres, las razas mayoritarias que pueden habitar este multiétnico país... desfilan por este libro como protagonistas de historias humanas, fracasos vitales la mayoría de ellas, que Moshfegh retrata sin intervenir, con una distancia y dureza sólo menguada por chispazos de humor intermitentes.
         Sin embargo, como ocurre en Eileen, lo más interesante de sus historias son sus protagonistas. A lo largo del libro nos encontramos que la mayoría de ellos son personajes maltratados por la vida, al margen (o casi al margen) de la sociedad, fluyendo en el adverso entorno que les ha tocado vivir, arrastrados por los acontecimientos,,,, La autora los retrata con un realismo sucio, con la mirada oblicua y el humor negro a los que ya nos tiene acostumbrados, pero no por eso resulta más ineficaz. Volvemos a sorprendernos con su habilidad para el retrato psicológico en tan sólo unos breves apuntes rematados por algún acontecimiento revelador. Y en este sentido, hay que rendirse ante su imaginación.
         La protagonista de  Los raros  soporta a un novio paranoico del que se ve incapaz de escapar. Esta falta de voluntad, de brújula vital, se observa también en el protagonista de Malibú  o en la profesora de Slumming, que pasa sus veranos drogada en un pueblo desolado, en una casa destartalada, en medio de un vecindario marginal. En Mejorándome a mí misma, la protagonista, una mujer alcohólica que se gana la vida dando clase a niños ucranianos en un colegio religioso, intenta, en un acto  de rebelión, luchar contra la desidia y el abandono de sí misma, sólo para sucumbir páginas después al menor contratiempo. Si Moshfegh guarda algún cariño por sus personajes, solamente la protagonista de La sustituta parece haberse beneficiado de ello. La historia que cierra el libro, Un lugar mejor, es un electrizante cuento de terror protagonizado por dos gemelos que se han creado su propio mundo, con sus propias respuestas... digamos que uno de ellos se llama Waldemar.
         Una vez más vuelvo a recomendaros a esta increíble escritora, esta vez lo será para que conozcáis su gran habilidad para construir no sólo personajes impactantes sino también para dominar el difícil arte de la historia corta.