Durante algún tiempo consideré que
mi primer contacto con esta autora había sido a través de la magnífica Siempre hemos vivido en el castillo (pincha
en Si estás pensando qué leer, deja que te
aconseje,
en este mismo blog), que la
editorial Minúscula recuperó en 2012 para los lectores españoles. Sin embargo,
yo ya había leído un cuento suyo, La
lotería, unos años antes, en una recopilación de sus cuentos editada
también por Minúscula. Tardé en conectar ambos datos y aún más en interesarme
por esta mujer tan especial. Ha sido tras La
maldición de Hill House cuando he empezado a indagar acerca de ella. ¿Quién
fue esta mujer nacida en San Francisco en 1916 y muerta a los 49 de un ictus en
1965?
Después de una década publicando
historias cortas en diferentes revistas, se hizo famosa a la edad de 31 años
cuando The New Yorker Magazine le publicó La lotería, un cuento que tiene como
protagonistas a los habitantes de una remota aldea que todos los veranos llevan
a cabo un macabro ritual, y que se convirtió entonces en un acontecimiento
literario.
Shirley Jackson siempre había mostrado
interés por la brujería, los encantamientos y demás, y al respecto dejó claro en una ocasión que “el que abre la puerta a los demonios, tiene
que estar dispuesto a tratar con ellos”. ¿Demonios? En ninguna de sus
historias o novelas aparecen demonios, ni siquiera brujas. Por supuesto no lo
decía en un sentido literal. Los demonios en su literatura pueden ser
personales y psicológicos como en La maldición de Hill House o psicológicos y
sociales como en Siempre hemos vivido en el castillo.
Para intentar explicar qué sucede en
la novela que nos ocupa, tengo primero que hablar de su psicología personal.
Por supuesto aquí, todos aquellos partidarios de la crítica inmanente pondrán
los ojos en blanco mirando al cielo, y los que crean conmigo (y con J, María
Castellet que "el lector es un
activo creador de la obra literaria", -La hora del lector, 1957-) y que por tanto el sentido de la obra
está sujeto a la interpretación del lector, no podrá dejar de leerla a la luz
de lo que sabemos acerca de esta singular mujer.
Shirley Jackson fue una mujer
perseguida por sus demonios personales: una madre que la criticaba y juzgaba
continuamente por su aspecto físico sobre todo (tomaba barbitúricos, fumaba
muchísimo y se medicaba contra la depresión, llegó a estar obesa realmente), un
marido abusivo que la maltrataba psicológicamente (y la embutía de comida como
se hace con un ganso, según contó su representante), envidioso del éxito
literario que no tenía él, una sociedad (la de los años 50, que describe tan
bien Michael Cunnigham en Las horas
o Sylvia Plath en La campana de cristal)
que la forzaba a asumir un rol de madre y esposa subsumiendo su identidad en la
de su marido.
Ella misma comentaba “escribía sobre neurosis y miedo, y creo que
todos mis libros, unidos uno tras otro, serían un documento sobre la ansiedad”.
La ansiedad, el miedo, la represión, la frustración personal y familiar… da
lugar a la rabia, la depresión, la locura y el conflicto psíquico que anida en
sus personajes.
En La maldición de Hill House, la protagonista, Eleonor, tras la muerte
de una madre largamente enferma a cuyo cuidado dedicó los mejores años de sus
vida, se une a Theodora, otra mujer que como ella tiene poderes paranormales, y
a Luke, el sobrino de la dueña, para acudir tras la llamada del doctor Montague
a Hill House y descubrir así el secreto que oculta la casa maldita. Aquí sucedieron
extraños sucesos en el pasado, de los que los vecinos del pueblo no quieren
hablar, la muerte en trágicas circunstancias de su heredera... Esta extraña
casa es realmente con Eleonor, la protagonista de la historia. Los nuevos
inquilinos son conscientes del poder de la casa: “prométame que si siente que la casa empieza a atraparla, se marchará
tan rápido como pueda” le dice el doctor Montague a Leonor. Ella siente que
la casa le habla, la entiende cuando los demás la rechazan, una vez más en su
vida. Su identificación con la casa llega a ser fatal: “si me pusiera del lado de Hill House, y contra ustedes, me imagino que
me echarían”. Eleonor, en su fragilidad, es motivo de preocupación para los
demás, y los acontecimientos que la rodean están sujetos a interpretación (no,
no voy a desvelar el misterio). Pero quizás unas palabras suyas sirvan para
aclararlo: “Pero yo siempre tengo miedo a
estar sola” dice Eleonor “yo soy el
único yo que existe, detesto ver cómo me disuelvo y me escurro, y me disgrego”.
Un terror que también comparte con Roderick, el protagonista de La caída de la casa Usher, de E.A. Poe,
la destrucción de la mente simbolizada también en la destrucción de la casa.
Mientras que la mayoría de la
crítica sí ha visto la relación con el terror psicológico de Otra vuelta de tuerca, de Henry James,
no muchos han visto aquí la conexión con la condenada casa de Usher. Tanto
Eleanor como Roderick se ven perseguidos por su propio miedo, escenificando un
desvarío progresivo que acaba con la desposesión de su propio ser, destruídos
psíquicamente (y físicamente en el caso de Roderick) hasta alcanzar su propio
acabamiento.
Finalizo ya mencionando la recopilación de sus cuentos
que han llevado a cabo sus hijos y que Minúscula publicó bajo el título Deja que te cuente en 2016. Buenas
historias, pero ya lejos del terror psicológico que la ha hecho ocupar un
espacio propio en la historia de las literatura gótica norteamericana.