Podríamos
decir de Santiago Lorenzo que es alguien que ha estado siempre relacionado con
la difícil tarea de contar historias. Primero a través del cine como guionista,
director y productor y en los últimos años ya como escritor de novela. Los asquerosos es mi primera toma de
contacto con este audaz escritor que ha roto todos los moldes con una escritura
antigua y moderna a la vez que le ha granjeado el éxito a nivel nacional: más
de 25.000 libros vendidos y ya va por la séptima edición, lo cual, teniendo en
cuenta que lo edita Blackie Books, una editorial independiente, es mucho decir.
La historia en sí no es lo más
importante. Manuel, un joven inteligente y preparado aunque con dificultades
para relacionarse socialmente, lucha por abrirse camino en el Madrid de los
trabajos mal pagados y los alquileres imposibles. Por desgracia un día mata accidentalmente
a un policía antidisturbios y tiene que exiliarse de la ciudad al campo,
concretamente a Zarzahuriel, epítome de los pueblos abandonados de la España
vaciada. Allí descubre la felicidad viviendo en la máxima austeridad. Esta
ansiada soledad se ve rota por la llegada de los "mochufos", una
familia de clase media gritona, consumista e ignorante a los que tiene que echar para poder seguir
disfrutando de su exilio.
No estamos aquí ante el tema de menosprecio de corte y alabanza de aldea,
no estamos ante un Robinson Crusoe moderno
porque nuestro Manuel no quiere que lo encuentren, sino ante la búsqueda
de una nueva forma de relacionarse con el mundo. Lorenzo insiste en preguntarse
por qué en la Edad Media la gente buscaba la soledad (ermitaños, monjes
cartujos...) y en nuestra sociedad moderna no podemos estar solos ni un
momento. Esta búsqueda de Manuel, y la aceptación de esta nueva relación con el
mundo constituye el eje de la novela.
Hay mucha ironía y mucho humor en el
libro, también mucha crítica social. El humor nace de las situaciones
rocambolescas que se producen , pero sobre todo del lenguaje, que para mí es el
auténtico protagonista de la novela. Lorenzo juega con el lenguaje, lo exprime
para crear palabras nuevas (dispresencia...
Fuegología y Chimenéutica dice que estudiaba Manuel cuando pretendía hacer
un fuego), lo vulgariza ( gañote, buche,
el jambo, el nota), lo arcaíza (De
menor majestad era aquello de matar moscas... apuntaba el número de volátiles
derribados) y de pronto nos sorprende con un cultismo. No es parco en
metonimia, sinonimia, sinécdoque, paralelismos y paradojas. Adora la
exageración, el pleonasmo. Cultiva la astracanada (querido Muñoz Seca), el
humor absurdo y la ironía de Jardiel Poncela (...ya que no podía encariñarse con alguien y que estaba solo, se encariñó
con una parra, que le describía con todo lujo de detalles...). Adora la
greguería de Gómez de la Serna y el humor nihilista y procaz (Me barruntaba tanta emisión flotante que ya
debía haber flores que fecundaran en fruto con el material genético manueliano).
La crítica social impregna el libro de
principio a fin. La crítica a la sociedad en que vivimos se manifiesta de forma
dolorosa en la familia que invade el pueblo, poderosa imagen de una sociedad
corrompida por el consumismo y por el relativismo moral, una sociedad vacía,
sin principios morales, una sociedad, en fin, superficial, que le da asco. Los
asquerosos son "las ratas de centro comercial, los que encuentran gracioso
tirarse pedos, los que ven Sálvame, los que se cuelan en las colas, los que se
dicen católicos y no van a misa, los que se las dan de patriota y no saben
colocar Almería en un mapa..." (en una entrevista con Oscar López en
Página 2) y los mochufas, un subconjunto que todos conocemos bien, por eso
cuando les sucede lo que les sucede, nosotros, sus lectores, podemos
permitirnos la risa, la risa gorda sí, y ¡Qué buen momento! ¡Qué magnífica
venganza!
En efecto, el libro es de esos que no
puedes dejar de leer. Lo recomiendo totalmente, aunque (o precisamente por eso)
al final tengamos que plantearnos si nosotros también tenemos los mismos
pecados que se denuncian.