miércoles, 12 de agosto de 2020

Frankisstein, de Jeanette Winterson

                  "El futuro lleva siempre algo del pasado"

         La última novela de Jeanette Winterson hace su aparición en un momento en que la Inteligencia Artificial (AI) se ha convertido aparentemente en motivo de reflexión para la novela británica actual. Hablo de Murmur (2018) de Will Eaves o Machines Like Me (2019) de Ian McEwan, también reseñada en este blog.

         Frankisstein es una novela compleja en la que corren paralelas dos líneas temporales y de pensamiento: el Romanticismo del S. XIX y el Voluntarismo de la época actual. El paralelismo entre el creador del famoso monstruo y del que se pergeña en este futuro por venir se advierte ya en sus nombres: Victor Frankenstein deviene Victor Stein, el profesor que defiende un futuro en manos de la inteligencia artificial que se programará a sí misma (lo hace en Memphis, que se fundó en 1818, un  año antes de que se publicara Frankenstein; el libro está lleno de referencias de este tipo).

         Con la voz de Mary Shelley nos adentramos en aquellos turbulento tiempos tras la Revolución francesa y los cambios de todo tipo que trajo consigo: el deseo de libertad sobre todo, en el caso de la mujer también (tristes son las reflexiones de Mary al respecto con el paso del tiempo). Ya todos sabemos cómo con tan solo diecinueve años huyó de casa con su hermanastra Claire, el doctor Polydori, Byron y P.B.Shelley, los renombrados poetas del romanticismo inglés. De todos es sabido también cómo encontrándose a orillas del lago Lemán en una noche de tormenta, Mary propuso escribir la historia más terrorífica y cómo de ese desafío nació el monstruo universalmente conocido.

         Como Victor Frankestein, Victor Stein aspira a crear vida nueva, pero esta vez dejando de lado el cuerpo corruptible y exigente (sólo es el soporte del cerebro; la criogenización es una pérdida de tiempo, nadie sabe cómo recuperarlo), sería suficiente con descargar en el sistema nuestro cerebro, de este modo la vida eterna sería una realidad. "Sólo somos datos", asegura a Ry Shelley, el doctor transexual, híbrido, como él se denomina a sí mismo, del que se enamora precisamente por su cuerpo/mente de bordes imprecisos, esa fluidez, ora masculina, ora femenina, que lo hace tan especial. Ry, que se reconoce también como transhumanista, ha alterado su cuerpo para adaptarlo a su mente, a su cerebro; "el cerebro es más amplio que el cielo" dice la cita de Emily Dickinson que la autora utiliza como prefacio a un capítulo/sección(?).

         Janette Winterson ha realizado un trabajo fantástico, ha creado una novela estructuralmente innovadora y sustancialmente profunda. Profunda porque analiza la naturaleza de la consciencia, la vinculación entre la mente y el cuerpo, la locura (el apartado dedicado a Bedlam es angustioso y en él crea un juego de espejos: metaliteratura en estado puro), reflexiona sobre el concepto de realidad y la esencia del amor, sobre los avances tecnológicos y las disyuntivas morales que nos crearán, explora la sexualidad y la comprensión de la identidad múltiple y si para ello lo necesita, no duda en hacer referencia a Ovidio y sus Metamorfosis, a Pigmalión y Prometeo, a Virginia Woolf y Margaret Atwood, a Darwin y Turing, a elementos de la cultura popular como los superhéroes del cómic, Talking Heads, Los Eagles, Blade Runner... El soneto 53 de Shakespeare y los versos de La canción de Ariel (tallados en la tumba de Shelley en Roma) de La Tempestad sirven de prefacio también a sendos capítulos.... Tengo que reconocer que la referencia al movimiento Me too y la deriva que toma me trastornó. En medio de temas tan profundos hay momentos para la risa, el sarcasmo (las menciones al creador de Facebook, Trump o Bolsonaro) y la parodia. El final del relato a cargo de Ry es un capítulo de una comedia en el que el científico loco, rodeado de todos los personajes de la trama, manipula el artefacto de su invención sumiéndolos en la oscuridad y el temor a la muerte. Las referencias a un concepto de la religión mercantilista en boca de Claire, la búsqueda de la exclusiva periodística en Polly(dori) y el machismo del adinerado Ron Lord(Byron), dejan a nuestro narrador (ma)Ry Shelley como la única inteligencia superviviente en medio de la locura generalizada.

         La historia que cuenta Mary Shelley acaba cuando ya en la edad adulta recibe la invitación para un banquete donde conoce a Ada Lovelace, la hija que Byron quiso educar lejos de la literatura, que se convertiría en la gran matemática que inventó la programación. La ciencia y la literatura unidas, dos mujeres libres gracias a su inteligencia; ¿sabía Byron que ambas palabras, libre y libro, proceden de LIBER en latín? Seguramente sí. Y también él, como Victor Stein sabía que leer es la única forma de entender.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario