"El infierno creado por uno mismo era un constructo interesante. Nadie se escapaba de hacerse uno, al menos uno, en el tiempo de una vida."
Después de la Segunda Guerra Mundial,
el joven Roland es alejado de su hogar en Libia por su padre, el capitán Baines,
que lo envía a un internado en Inglaterra donde caerá bajo la influencia de la
profesora de piano, la señorita Miriam Cornell. Esta es la entrada para una
novela contada al más puro estilo tradicional pero con la destreza a la que nos
tiene habituados este magnífico escritor.
Veinticinco años más tarde, la
esposa de Roland, Alissa, desaparece dejándolo con un bebé de meses. La esposa
recorre Europa siguiendo los pasos de su madre, quien dejó Londres para ejercer
de periodista en el semidestruido Berlin
de finales de la Segunda Guerra Mundial siguiendo
el rastro del grupo llamado la Rosa Blanca, un grupo de jóvenes que se opusieron
al régimen nazi y que por ello fueron asesinados.
Con el trasfondo de la explosión de
Chernobil, Roland sufre la ausencia de su esposa y cuida de su bebé. Mientras
tanto la novela vuelve a centrarse en el adolescente Ronald en su internado, esta
vez con el trasfondo de la crisis cubana de los misiles. La convicción de que
el fin se acerca lleva a un Roland de catorce años a visitar por fin a su
profesora de piano, Miriam, con quien inicia una relación que influirá en él
para siempre. Esta relación determina que Roland suspenda sus exámenes y no
pueda ir a la universidad, de la misma manera que la investigación de la Rosa
Blanca explica que los padres de Alissa se conocieran y ésta llegara al mundo. Más adelante,
Roland visita a unos amigos de la incomunicada Alemania del Este
llevándoles discos y libros prohibidos, lo cual determinará que sean detenidos
por la Stasi.... Las acciones del protagonista se ven siempre determinadas o
por los demás o por los acontecimientos históricos.
Estas
parecen ser las lecciones a las que hace mención el título del libro, sin
embargo hay otras muchas que se desarrollan a un nivel más intimo. El
protagonista principal, Roland, es visto desde diferentes perspectivas. El
narrador ofrece una propia, pero ésta sucede al tiempo que otros personajes
muestran las suyas (novias, amigos... Muestra McEwan especial atención a la perspectiva
femenina pues las mujeres son decisivas en su vida, ellas sí son auténticas
maestras: Miriam le muestra el camino del deseo sexual, Alissa el de la pasión
por escribir, Daphne, el placer de los pequeños detalles...). Entre todos
muestran a un Roland en continua búsqueda de sí mismo, varado en el tiempo, indeciso,
evitando el compromiso, esperando siempre que algo mejor suceda. Si fue dañado
por su pasado, esto se manifiesta de una forma oblicua, manteniendo un noviazgo
de alta intensidad tras otro, en búsqueda siempre de lo sublime sexual y
emocional.
Después, la Guerra de las Malvinas,
el gobierno de la Sra. Thatcher... Y uno tras otro los acontecimientos
históricos aparecen ligados a la experiencia vital del protagonista. Reconozco
que esa insistencia de McEwan por enlazar unos y otros continuamente llega a
cansarme y me saca de la intrahistoria, contada por otro lado de forma maestra
como suele hacer él. Sin embargo, y a pesar de ello, el libro se lee con auténtico deleite, guiados
por la fuerza de los acontecimientos y por la singularidad del protagonista, al que
sigues con una curiosidad imposible de desligar del afecto.
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