sábado, 14 de noviembre de 2020

Vinieron como golondrinas (They came like Swallows), de William Maxwell

"Vinieron como golondrinas y como golondrinas se fueron,

Y ,sin embargo, el poderoso carácter de una mujer

Podía proteger el primer intento de  una golondrina;"

                El libro se inicia con unos hermosos versos del poema Coole Park de W.B. Yeats y precisamente son estos los que dan título al libro: They came like Swallows. Este ellos se refiere a los grandes poetas del Irish Revival de finales del S. XIX entre los que se encuentra el propio Yeats y a los cuales celebra en estos hermosos versos.

            Pero ¿cuál es la intención de Maxwell al introducir con ellos su libro? Obviamente no es la misma (no he podido encontrar ninguna relación del autor con ellos, a no ser que se trate de pura admiración, como la que sin duda sintió por Joyce, otro insigne escritor irlandés, cuyo concepto de Epifanía aprovecha Maxwell con estupendos resultados en este libro). El autor en definitiva no pretende hablar de literatura irlandesa sino de estos admirables pájaros, las golondrinas, que tienen una sola pareja a lo largo de su vida y que simbolizan por tanto el amor, la lealtad, la felicidad  dentro de la pareja.

            Estos seis versos son una entrada muy acertada desde mi punto de vista para contar una pequeña historia, que sin embargo llega a lo más hondo. Es el relato de unos meses en la vida de la familia Morison  en 1918, el año que se firma el armisticio que dio fin a la Primera Guerra Mundial y un momento álgido en la pandemia que asoló por aquellos años el mundo occidental: la gripe española. La crisis sucede con la muerte de la madre, Elizabeth, y se prolonga en el efecto devastador que produce en su familia, sobre todo en su marido, James, y en sus dos hijos, Robert de doce años y Bunny de siete. Todo el mundo ha sabido ver notas autobiográficas en este libro (Maxwell se quedó huérfano en la infancia y también para él fue un trauma), en la delicadeza y el acierto con que describe las emociones de los niños, la desorientación, la dependencia, la necesidad de cobijo que sienten. Asistimos también a hermosos momentos de la infancia de los pequeños, sus juegos, peleas, pequeñas mezquindades, a su desasosiego, a su incomprensión del mundo.... En definitiva, a la fragilidad de la infancia.

            Aparte de la sensibilidad con que relata ese mundo infantil, lo que hace a este libro tan especial es el estilo, el lirismo que despliega en las evocaciones y descripciones ya sea del paisaje, ya sea de los sentimientos, su dominio de la palabra exacta, la cadencia de la frase... todo unido a un sabio uso de los elementos técnicos de la narración: el suspense se proporciona de una forma delicada (los dos relojes nunca en sintonía que marcan el paso inapelable del tiempo, las previsiones de los familiares, los comentarios de los personajes secundarios... todo ello va envolviendo al lector, que aún a sabiendas que algo malo va a ocurrirle a la madre , sigue leyendo incapaz de soltar el libro, queriendo saber más: ¿cómo?, ¿por qué?, ¿y los niños? ¿qué va a ocurrirles? La pérdida es enorme también para el padre, las páginas finales lo tienen como protagonista. Asistimos a su dolor y a ese instante de reconocimiento que Joyce llamó Epifanía cuando comprende que Elizabeth había dado forma a su vida, con su voz, con su pelo, con sus ojos, con su sabiduría y con su amor. Estas y otras reflexiones suceden en la oscuridad de la noche, bajo la nieve que cae silenciosamente en una atmósfera más parecida a los sueños que a la realidad.

            "Quién me iba a decir a mí..." son  palabras con las que nos acercamos al final de la historia, y quién me iba a decir a mí que este pequeño libro, comprado al azar en la librería Galatea de León, iba a proporcionarme tan espléndidas horas de lectura. Ha sido doloso asistir al drama de la familia, pero no lo ha sido menos el asombro ante esta pequeña joya de la que no tenía noticia. William  Maxwell (Illinois, 1908-NewYork,2000) fue editor literario de The New Yorker durante cuarenta años y escribió varias novelas, algunos ensayos y narrativa breve, pero su prestigio se asienta sobre todo en su labor como el editor que orientó el trabajo de escritores tan importantes como J. Updike, Cheever, Eudora Welty o Mavis Gallant. En 1995 recibió los Premios Mark Twain y PEN/Malamud. So Long, See You Tomorow obtuvo el National Book Award en 1980, y será la próxima novela que lea, sin duda alguna.

 



 

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