"Vinieron como golondrinas y como
golondrinas se fueron,
Y ,sin embargo, el poderoso carácter
de una mujer
Podía proteger el primer intento
de una golondrina;"
El
libro se inicia con unos hermosos versos del poema Coole Park de W.B. Yeats y precisamente son estos los que dan título
al libro: They came like Swallows.
Este ellos se refiere a los grandes poetas del Irish Revival de finales del S.
XIX entre los que se encuentra el propio Yeats y a los cuales celebra en estos
hermosos versos.
Pero ¿cuál es la intención de Maxwell
al introducir con ellos su libro? Obviamente no es la misma (no he podido
encontrar ninguna relación del autor con ellos, a no ser que se trate de pura
admiración, como la que sin duda sintió por Joyce, otro insigne escritor irlandés,
cuyo concepto de Epifanía aprovecha Maxwell con estupendos resultados en este
libro). El autor en definitiva no pretende hablar de literatura irlandesa sino de
estos admirables pájaros, las golondrinas, que tienen una sola pareja a lo
largo de su vida y que simbolizan por tanto el amor, la lealtad, la
felicidad dentro de la pareja.
Estos seis versos son una entrada
muy acertada desde mi punto de vista para contar una pequeña historia, que sin
embargo llega a lo más hondo. Es el relato de unos meses en la vida de la
familia Morison en 1918, el año que se
firma el armisticio que dio fin a la Primera Guerra Mundial y un momento álgido
en la pandemia que asoló por aquellos años el mundo occidental: la gripe española.
La crisis sucede con la muerte de la madre, Elizabeth, y se prolonga en el
efecto devastador que produce en su familia, sobre todo en su marido, James, y
en sus dos hijos, Robert de doce años y Bunny de siete. Todo el mundo ha sabido
ver notas autobiográficas en este libro (Maxwell se quedó huérfano en la
infancia y también para él fue un trauma), en la delicadeza y el acierto con
que describe las emociones de los niños, la desorientación, la dependencia, la
necesidad de cobijo que sienten. Asistimos también a hermosos momentos de la
infancia de los pequeños, sus juegos, peleas, pequeñas mezquindades, a su
desasosiego, a su incomprensión del mundo.... En definitiva, a la fragilidad de
la infancia.
Aparte de la sensibilidad con que
relata ese mundo infantil, lo que hace a este libro tan especial es el estilo,
el lirismo que despliega en las evocaciones y descripciones ya sea del paisaje,
ya sea de los sentimientos, su dominio de la palabra exacta, la cadencia de la
frase... todo unido a un sabio uso de los elementos técnicos de la narración:
el suspense se proporciona de una forma delicada (los dos relojes nunca en sintonía
que marcan el paso inapelable del tiempo, las previsiones de los familiares,
los comentarios de los personajes secundarios... todo ello va envolviendo al
lector, que aún a sabiendas que algo malo va a ocurrirle a la madre , sigue
leyendo incapaz de soltar el libro, queriendo saber más: ¿cómo?, ¿por qué?, ¿y
los niños? ¿qué va a ocurrirles? La pérdida es enorme también para el padre, las
páginas finales lo tienen como protagonista. Asistimos a su dolor y a ese
instante de reconocimiento que Joyce llamó Epifanía
cuando comprende que Elizabeth había dado forma a su vida, con su voz, con su
pelo, con sus ojos, con su sabiduría y con su amor. Estas y otras reflexiones
suceden en la oscuridad de la noche, bajo la nieve que cae silenciosamente en
una atmósfera más parecida a los sueños que a la realidad.
"Quién me iba a decir a mí..."
son palabras con las que nos acercamos
al final de la historia, y quién me iba a decir a mí que este pequeño libro,
comprado al azar en la librería Galatea de León, iba a proporcionarme tan espléndidas
horas de lectura. Ha sido doloso asistir al drama de la familia, pero no lo ha
sido menos el asombro ante esta pequeña joya de la que no tenía noticia.
William Maxwell (Illinois, 1908-NewYork,2000)
fue editor literario de The New Yorker
durante cuarenta años y escribió varias novelas, algunos ensayos y narrativa
breve, pero su prestigio se asienta sobre todo en su labor como el editor que
orientó el trabajo de escritores tan importantes como J. Updike, Cheever,
Eudora Welty o Mavis Gallant. En 1995 recibió los Premios Mark Twain y PEN/Malamud.
So Long, See You Tomorow obtuvo el National
Book Award en 1980, y será la próxima novela que lea, sin duda alguna.
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